Una de las cosas más fáciles de notar son los defectos. Te ves en el espejo y quieres romperlo porque no te gusta el reflejo. Ya sea tu cabello, nariz, la forma en la que tus ojos están muy juntos o separados o tal vez es tu cuerpo y la forma en la que no es como quisieras que fuera.
He pasado por muchas épocas en mi vida en las que el simple hecho de verme frente al espejo me daba asco, incluso reventaba mi piel del coraje que sentía porque no me veía como quería. Estaba obsesionada con mi apariencia porque sabía que no pertenecía al estereotipo de belleza del que todos hablaban.
Con los años he acudido con varios nutriólogos, unas experiencias positivas y otras no tanto, como cuando fui con una doctora que me hacía sentir tan mal por tener sobrepeso, que yo lloraba siempre que recordaba que tenía consulta con ella pronto. Fue con ella que desarrollé un miedo inmenso a acudir al médico. ¿Cómo me sentiría cómoda yendo con alguien, más cuando me trataron así antes?
Este tipo de situaciones marcan tu vida, lo quieras o no. Los comentarios se quedan grabados en tu mente y a veces es difícil escaparlos.
Aparte de mis problemas con el peso, también pasé por situaciones no tan ideales con mi cabello, el cual es rebelde, demasiado chino y a veces con un poco de frizz. Y aunque ahora lo amo y creo que es de las cosas que me hacen “yo”, antes lo odiaba.
Mientras estaba en esa época incómoda por la que todos pasamos en la adolescencia, mis rizos se transformaron en algo incontrolable, lo cual fue bastante gracioso para algunas personas, las cuales comenzaron a llamarme nombres, burlándose a mis espaldas de mi peso y mi cabello. Mis dos más grandes inseguridades. Llegando al punto en el que me mandaban mensajes por Facebook atacándome y diciéndome que parecía Hagrid de Harry Potter y que no merecía nada por ser tan “fea”.
A estas personas les debo dos cosas: mi primer gran ataque de pánico y mis ganas de cambiar el cómo me veía a mi misma.
Lo digo como si hubiera sido algo sencillo y mi vida hubiera cambiado de un día para otro, pero la verdad es que no fue así. Por años he luchado por verme en el espejo y poder decir que realmente me amo y cómo me veo. Mi travesía comenzó cuando empecé a decirle a mi familia lo que estaba pasando, les dije lo que me sucedía en la escuela y los insultos que recibía. Aparte de enojarse y querer golpear a todos los que me habían hecho daño, también me apoyaron y me mostraron aún más amor. El hablar de mis problemas y de lo que estaba sintiendo me ayudó a liberar un poco los pensamientos que rondaban en mi mente cada vez que me dejaban sola, de cierta manera me sentí más ligera y como si por fin pudiera avanzar un poco más.
Comencé a escribir muchísimo. Historias cortas que decían lo que sentía y lo que opinaba de las personas que me habían hecho tanto daño, también contaba anécdotas para poder superar algunos de los momentos que he pasado que me habían lastimado más.
Otra de las cosas que empecé a hacer es verme en el espejo y encontrar cosas que me gustan. Ver mis chinos y apreciarlos, celebrar los días en los que me gustaba como me veía y en los que no me agradaba tanto, pensar en todas las otras cosas que amo de mí, como mi personalidad, mis talentos, etc. Eso es algo crucial, el poder reconocer las cosas hermosas en tu cuerpo es algo difícil pero si comienzas con cosas pequeñas, mientras pase el tiempo más fácil será para ti reconocer tu belleza tanto interna como externa. Es bastante complicado poder llegar al punto en el que te veas en el espejo y ames absolutamente todo lo que ves pero no es imposible.
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